miércoles, 1 de junio de 2011

"La Maldicion de las Cabras"


“La Maldición de las Cabras”
(Leyendas de la Colonia)

¡Quieren corbatas! ¡Quieren corbatas!.... ¡No tengo tacuche! Cada atardecer pasaba a la misma hora de siempre, en las calles de siempre, la misma señora, con el canasto en la cabeza donde llevaba las apetecibles corbatas en miel (Eran como grandes ojuelos fritas de maíz) gritando ...a todo pulmón por las cuadras de la Colonia, los patojos la veían y cuando iba ya por la esquina le gritaban: ¡No tengo tacuche! Y ella regresaba pensando que le querían comprar, pero al acercarse se daba cuenta de la broma de los patojos y sin cobrarle importancia, se daba la vuelta y seguía su camino…


Todos los días al terminar las clases, se veía una jauría de patojos tomando por asalto las calles jugando cincos, trompo, saltando cuerda en fin aquello era un manicomio de risas, carcajadas, voces cantando, otros silbando, nunca se vio un campo de recreo tan grande y a tantos niños jugando, saltando, de arriba para abajo supervisados a la distancia por el coloso volcán, que se levantaba como centinela de aquella muralla verde que rodeaba aquel lugar que era como un pueblo en plena metrópoli.


Por la cercanía en cuanto a distancia, pero la lejanía en cuanto al tiempo que llevaba va, llegar al centro de la capital, los vecinos de la Colonia desarrollaron una especie de autoabastecimiento en cuanto a las cosas básicas del diario vivir y también llegaban vendares y vendedoras, quienes ofrecían sus productos y servicios, como las tortillas, el pan, servicios de reparaciones en fin; algunos lo hacían de forma ambulante, por lo que se les veía pasar por las calles de la Colonia desde que amanecía, hasta al anochecer.


Si había algo que las mamas odiaban era el paso de las cabras al amanecer que provenían de las fincas que aun estaban alrededor de la Colonia, pasando el barranco. Todos los días alrededor de las 5 de la mañana empezaba su recorrido por toda la colonia aquel rebaño, devorando a su paso los jardines que con tanto esmero cultivaban y cuidaban los vecinos y dejando en su camino un rastro de excrementos en forma de bolitas, que los más chicos confundían con cincos, con los que se ponían a jugar… Luego al medio día las señoras ofreciendo las tortillas para el almuerzo y al llegar la tarde sabiendo que los patojos ya estaban en casa, pasaban los que vendían de todo tipo de chucherías para alegría y antojo de los patojos y enfado de las madres, que mas de una vez veían que se tomaba por asalto el presupuesto y luego los patojos ya no querían cenar.




No faltaban aquellos que les gustaba bromear y de vez en vez se pasaban de la raya. Fue en una de esas tardes lluviosas que los patojos decidieron jugarle una pasada a la señora de las Corbatas… A la hora de siempre, sin importar si llovía o hacia sol ella pasaba gritando a todo pulmón ¡Quieren Corbatas! ¡Quieren Corbatas! Los patojos lo tenían todo listo, habían colectado con antelación un montón de ronrones, que son fáciles de encontrar en los meses de lluvia y algunos sompopos de mayo, se subieron en una de las casa al tejado y alguien desde otra casa la llamo, haciéndole creer que quería comprar sin dejarse ver, la señora rápidamente regresó y al pasar por aquella casa los patojos le dejaron caer aquel puño de sompopos y ronrones sobre el canasto, ella sin percatarse bajo el canasto y enseguida los ronrones volaron a su rededor y los sompopos se incrustaron en la benditas corbatas , echándole a perder la venta … Los patojos sin poder contenerse se carcajeaban, por lo cual ella pudo verlos. -¡Ah! Patojos cabrones, uno queriendo ganarse la vida y ustedes jodiendo, pero ya van a ver, les juro que se van a acordar de mi. Una señora se dio cuenta de lo ocurrido y no dudo en irles a llamar la atención, pero ya era tarde la maldición pronto se diseminaría a lo largo y ancho de aquella cuadra.

Las cabras como siempre seguían pasando cada amanecer, pero al llegar a aquella cuadra, ya no se abrazaban a comerse las flores de los jardines, si no a orinar en ellos y al irse dejaban un fuerte y desagradable olor, que duraba todo el día y poco a poco los jardines dejaron de florecer y por consiguiente las flores empezaron a ser las grandes ausentes. Los vecinos decían: ¡Es por las cabras, es por las cabras! Por lo que decidieron impedirle el paso cuando estos cuadrúpedos se disponían a entrar, pero aun así pasaron los mese y por mas esmero que le ponían aquellos jardines, no volvieron a prosperar aun que se plantaran la flores en maseta. Poco a poco los vecinos empezaron a renunciar a tener un jardín y empezaron a aprovechar aquel espacio, para construir un cuarto o agrandar la sala.

Paso el tiempo y un 4 de febrero por la madrugada a todo el país le sorprendió un terremoto que dejo grandes destrozos en la infra estructura del país y cobro miles de vidas. Pero como por milagro, aquellas casitas resistieron la sacudida de la tierra, sin que se reportaran daños en sus estructuras o peor aun la muerte de algún vecino…Excepto en aquella cuadra, pues aun que las casas resistieron, una falla geológica se vio pasar exactamente allí, por lo cual solo en aquella cuadra hubieron daños en las casas. Puede ser que todo sea una casualidad, puede ser no sea más que el producto de atar cabos sueltos, para luego hacerlos encajar, pero lo cierto es que una maldición puede muchas cosas cambiar.
Oxwell L’bu
Fotos: Roxana Funes Y Mynor Fernandez

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