viernes, 21 de diciembre de 2018

Qué sabes vos...

Que sabes vos...
Que sabes vos, de esas cosas que yo he vivido, de los líos en que me he metido, de reír hasta sentir que te vas a morir...

Y claro que siento nostalgia por ese pasado, que todos los días se acuesta a mi lado y me hace añorar las cosas que viví, déjame contarte.

Al llegar diciembre la mayoría solíamos estar de vacaciones, en la radio sonaban canciones que erizan la piel y uno con tantas ilusiones sin estrenar, todas las noches, cuidando el poste de la esquina, esperaba con impaciencia a la chica que te robaba el sueño y de la que uno tontamente se sentía dueño, porque uno la había visto primero, justo cuando pasó de niña a mujer.

Ah si ese poste de la esquina hablara, es seguro que no podría con tantas emociones y todas esas advocaciones de momentos compartidos con los amigos.

El aroma ponche y a tamal se sentía salir de las casas y se mezclaba con el de la pólvora, por los cielos volaban los canchinflines y tronaban los cohetillos y en todos había una sensación a celebración que se sentía en el corazón.

El 24 la celebración se intensificaba, las puertas de todas las casas estaba habierta y no faltaba quien te invitara a compartir el tamal...Ese día los que podían solían ponerse el extremo de navidad a eso de las seis y salían a chilerear, lo que se acababan de estrenar, pero a veces la presunción duraba poco, pues como si fuera un moco, un canchinflin se pegaba a la ropa, estropeando el estreno y para evitar el enfado de los padres los patojos y muchachos se pasaban el resto de la noche cubriendo la quemada con un suéter si era en la camisa o si era el pantalón ocultándolo como se pudiera.

No faltaban los que se despedían y despedían de la novia una y otra vez, faltando un cuarto para las doce empezaban el ritual de despedida, la novia reteniéndolos y ellos sin quererse ir; pero faltando cinco minutos zampaban la carrera evadiendo los cohetillos y los mentados canchinflines que más de una vez terminaban aterrizando en la ropa.
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