Las posadas en Guatemala, más que una tradición, son una vivencia solemne de la fe popular y una manifestación de esa devoción.
Allí se miraba a los patojos, llevando sobre los hombros la pequeña anda, de la Virgen María y San José pidiendo posada, acompañados por los farolitos de papel celofán y el sonido inconfundible de los chinchines, los pitos y la tortuga. También iban allí los que iban rezando, los que iban cantando.
Pero también iban faltaban, los que andaban tras la chica del coro o la niña que con recato y decoro iba del brazo de la mamá. Tampoco faltaban los que llevaban, la botellita del octavo de venado(agua ardiente) bajo el brazo, para ponerle de piquete al ponche.
Ellos eran los que esperaban con impaciencia, que acabara el ritual de la posada, los que rezaba, para que la doñita del Rosario, lo rezara como si estuviera cantando lotería y se se podía, que se comiera las letanías...Para darle inicio a la fiesta.
Y allí andaban los muchachos tras de las chicas, que de otra forma no había chance de hacerse a ellas, los que fuman con el pretexto de encender los cohetes y los canchinflines, los que se echaban sus primeros tragos de licor con el sabor del ponche, los que solo querían bailar, pues su vida era salir a vacilar.
No, no era que fueran los malos de la película o las ovejas negras del rebaño, eran los que escribían esas memorias de antaño, año con año.
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#posadasenguatemala
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