domingo, 29 de diciembre de 2019

“Así amanecían las calles...”

“Así amanecían las calles...”
Luego de la quemazón de cohetes al dar las doce en navidad y año nuevo las calles amanecían con las huellas de aquellas celebraciones....

Eran los patojos, que como roedores, se levantaban muy temprano, para ir a recoger los cohetes, que no lograron reventar.  Y allí se miraba a los patojos, con su bolsita recorriendo las calles de la colonia, buscando entre los desperdicios que quedaban de la quemazón de las doce.

Como hormigas recorrían calle por calle, callejón por callejón, con esa alegría en su corazón. Algunas mamás se levantaban muy temprano también a limpiar el frente de su casa y un poco más y más de alguna le decía a los patojos: -En vez de andar aplanado calles, pónganse a limpiar. A lo que los patojos solían replicar: -Eso estamos haciendo, somos especialistas en recoger explosivos y entonces salían corriendo.

Al llegar de nuevo a sus casas, tenían en sus manos las huellas de su pecado, pues las llevaban grises y además de manchas en el rostro y la ropa, recién estrenada. No faltaba quien no se escapara de la regañada, pero después del desayuno, salían nuevamente a la calles, para quemar y disfrutar de su botín, con el cual tomaban latas y las llenaban con los cohetes, para luego hacerlas explotar o se ponían a jugar de guerritas con cañoncitos improvisados, con un tubo. Aquello también era parte de una tradición, de la que quizás nadie a escrito, pero que tienes coplas que se llevan más que en la memoria, en el corazón.
Oxwell L’bu copyrights 2019

jueves, 26 de diciembre de 2019

“Aquellas navidades en mi barrio”

“Aquellas Navidades en mi barrio”
(Reseñas de Guatemala)

En aquel barrio feliz, de calles sencillas y casitas todas iguales, la Navidad no era un día, pues se extendía  durante todo el mes… No eran los regalos o las fiestas las que la hacían memorables cada Navidad, era ese espíritu de pertenecer, a una “Gran Familia” donde la alegría se celebraban en común y las penas y tristezas se compartían, todos conocían a sus vecinos, nadie se miraba como extraño, pues tenían y compartían ese pedacito de cielo y en el corazón es anhelo de seguir adelante.

Cada día era de celebración, por la amistad, por las cosas sencillas que  vuelven cada momento inolvidable…Los patojos jugando por las calles, los muchachos tirando racimos de flores con sus palabras a las chicas que caminaban por las calles, otros pintando las fachadas de las casas, las mamas preparando el ponche y los tamales, la pierna, el lomo relleno y todo aquello que le da ese sabor a la “Navidad Chapina” que se añora en la distancia y se estigmatiza cuando pasa el tiempo.

En las calles se sentía esa mezcla deliciosas, de los aromas del pino, la manzanilla y el incienso, en los jardines repletos de flores, cual si fueran niñas sonreían las pascuas, alguno que otro canchinflín revoloteaba  silbando al aire la alegría de los patojos.  Unas semanas antes de la noche buena, en las cuadras empezaba la colecta de casa en casa, para comprar el pino y los adornos para decorar la cuadra; también se empezaba a organizar los diferentes “Repasos” o fiestas de  Navidad y de fin de año, que se hacían  en las principales calles de la Colonia. 

La semana de la navidad, casi todas las calles se vestían de fiesta, con flecos de colores que colgaban por sus calles y que cuando los tocaba el viento parecían estar bailando, las aceras de las calles pintadas con motivos navideños que solían durar algunos meses, hasta que llegaban las lluvias y los iban lavando; las lucirás de colores, que brillaban junto a las estrellas en la obscuridad.

Llegado el 24 de diciembre, las casas parecían transpirar los aromas de la “Navidad Chapina”, los patojos pasa que pasa en la cocina, metiendo los dedos en la masa de los tamales o robándose  los pedacitos de fruta para el ponche y allí estaban las mamas, sacándolos de la cocina.  Las chicas probándose una y otra vez el estreno de navidad y ensayando su mejor sonrisa frente al espejo, mientras por la cornisa se les resbalaba la coquetería…Los muchachos ensayando sus además y pasos de baile o conversando en las esquinas, los papas aprovechando el descanso, para reconocer la casa de donde muchas veces eran los grandes ausentes por ese exceso de trabajo, al que los sometían sus obligaciones, pues esta vida con sus contradicciones ,les consumía el tiempo trabajando para darle a los suyos lo que ellos no tuvieron.

Para eso de las seis de la tarde todos se peleaban para ser los primeros en bañarse y luego estrenarse la ropa nueva, las mamas se plantaban en la cocina para no dejarlos entrar, pues deberían de esperar hasta el momento de la cena, los cohetillos se dejaban escuchar, esos aromas dejaban en el paladar un sabor que nunca en la vida se habría de olvidar…

Las calles se empezaban a cerrar, en la “Isla” y Octava avenida se preparaba la disco rodante Black Machine, en la 5 avenida y 18 Happy Disco, en la 20 bajando hacia el mercado Caribean Disco, y en otras calles y avenidas Music Power, total era que a lo largo y ancho de la Colonia la música vibraba en las calles y en los corazones, con canciones que marcaban una época y que con el tiempo embriagaban las memorias con nostalgias y que ha más de uno le trae el recuerdo de un amor.

Aquella noche no faltaba quien despidiéndose (momentáneamente, pues se volverían a ver en poco más de una hora) de la novia, le dieran las doce de la noche, para luego salir volando entre cohetillos y canchinflines para estar en casa y dar el abrazo a la familia.  Y como olvidar al padre Antonia Travadelo y sus misas de gallo, que te forzaban a estar hasta 5 minutos antes de las doce en la iglesia, pues como él decía: -No hay mejor lugar para celebrar que en la casa del “Nino Rey”.

Al dar las doce entre abrazos efusivos, aquel tronar de cohetillos, por mas, de media hora, la veladora y el incienso frente al nacimiento elevando una oración, para luego ir de casa en casa regalando abrazos y comiendo un poquito, para luego llegar a casa casi lleno, los patojos destapando sus regalitos, los papas mirándolos llenos de alegría y esperanza, los abuelos recordando con añoranza… Y en una mescla de aromas, sabores, colores y ese calor de la gente, era sentir como el amor de Dios se ha volcado en las calles en noche buena. 

En la cena de navidad, no faltaban los brindis mesclados con las oraciones, los cantos, las canciones y un cumulo de emociones, que hacían que aquellos aromas y sabores se vuelvan inolvidables y marquen la vida. Pero una vez acabada la cena, los patojos se ponían a jugar y a quemar sus cohetillos, los muchachos de vuelta con la novia, las muchachas ensayando sus sonrisas y la música dispuesta para todos los invitados o no a la fiesta. En aquella noche que todos deseaban que fuera eterna, nacían nuevos amores, crecían nuevas esperanzas y las alegrías eran rosarios compartidos de todos aquellos años vividos.

Al día siguiente, que era mañana de desvelados, los patojos salían desde temprano  con una bolsa en mano, en busca de los cohetillos que no habían reventado, para luego armar sus guerritas de cohetillos y canchinflines, donde más de alguno pagaba el precio, por ver con desprecio el poder de la pólvora… Los mayores despertaban un poco más tarde a repetir lo de la cena y alguno que otro muchacho preguntándose si lo vivido la noche anterior, no sería un sueño.  No faltaban los repasos del día de navidad en la casa de algún vecino.

Aquellas navidades del barrio, se hicieron inolvidables, NO por el exceso y abundancia, si no por ese espíritu de compartir…Se quedaron impregnadas en el alma, por el aroma de esos recuerdos que son recurrentes cuando te recuerdas y te parece que fue ayer.
Oxwell L’bu copyrights 2010-2019
Foto: Alvaro Morales Sosa​​ 

Basta con cerrar los ojos...


domingo, 15 de diciembre de 2019

“Haciendo el nacimiento”

“Haciendo el nacimiento’
Desde que Francisco de Asís, recreará el primer nacimiento o pesebre en la Ermita de Geccio Italia y tiempo después fuera traído a Guatemala y de allí al continente, por el hermano Pedro; hacer el nacimiento es más que una tradición, es una celebración de fe.

En aquellos años, antes que el plástico hubiera invadido la navidad, los nacimientos se solían hacer con elementos naturales, para su elaboración, se solían usar cañas de bambú, musgo, aserrin teñido de colores, las figuras solían ser de barro, la imagen del niño Jesús de madera tallada y se le adornaba con rosarios de manzanilla, pascuas y pino.

Los patojos y muchachos se apuntaban, para ir a conseguir algunos de dichos elementos a los barrancos, donde aparte de divertido era toda una aventura y las demás cosas se comprueban en los mercados de los barrios.

Y allí se vain venir a los patojos de los barrancos, felices, pues aparte a haber aventurado, sentían que había colaborado, para hacer el nacimiento.  Con el corazón contento, por lo regular, la totalidad de la familia y uno que otro colado, se involucraban, en el diseño y hechura del pesebre.

El aroma del pino, el musgo y la manzanilla se sentía al nomás asomarse a la puerta. Pero los rosarios de manzanilla, con forme los días pasaban, se iban diezmando, pues los patojos se las comían de contrabando, al punto que al llegar la noche de navidad, ya casi solo los hilos colgaban y la mamá  iba corriendo al mercado, para comprar otros, con la advertencia de que los que traía  tenían chile y de esa forma disuadir el apetito voraz de los patojos.

Cada nacimiento constituye una postal, del espíritu navideño  y la fe de los chapines.
Oxwell L’bu copyrights 2019

viernes, 13 de diciembre de 2019

“El chirivisco”



“El chirivisco”
Sale barranco, decían los patojos, cuando llegaba, diciembre con frío  rico y ese ambiente de celebración, así como de esas bellas tradiciones,para los patojos era el período de vacaciones.

Los juegos en los callejones, ir a vitrinear a la sexta, ver los programas especiales navideños, la decoración de las calles, así como de las casas, pero sobre todo ese ambiente familiar con el que se compartía en la. cuadra, eran parte de la época navideña.

El chirivisco, era cotizado en dicha época; un arbusto seco, con frutos espinosos, era requerido, tanto el 7 de diciembre día de la llamada “Quema del diablo” así como para los días de navidad. Pues tan noble arbusto ardía flamantemente, para la mentada quema y se lucia como arbolito de navidad.

Los patojos se iban a barranquear, so pretexto de que iban por el chirivisco, Ir por el era una eventura, aunque nunca se regresaba ileso, pues siempre dejaba sus marcas sobre la piel.

Se solía pintar de plateado o dorado, se le adornaba con las esferas navideñas, así como frutos de la época, se le ponía bricho brillante, así como el llamado pelo de ángel y por supuesto sus lucirás de color.

El chirivisco era un invitado inflatable, en la época navideña y de el bien se puede escribir toda una reseña.
Oxwell L’bu copyrights 2019

lunes, 9 de diciembre de 2019

***Pidiendo posada***

***Pidiendo posada***
Desde que el hermano Pedro,
trajo al continente, está bella tradición;
en Guatemala y en America las posadas
son una celebración.

Pidiendo posada ando yo,
los faroles iluminan el sendero,
por donde pasa el peregrino,
ha su paso van cantando,
el eco de una tortuga y los pitos,
los van acompañando.

Pidiendo posada ando yo,
con José y María,
anunciando que el motivo
de nuestra alegría,
es el nacimiento del Redentor.

Pidiendo posada ando yo,
al paso de la posada, una a una
se van encendiendo las luces
de las casa, como diciendo:
Quédate aquí Cristo del Amor.
Oxwell L’bu copyrights 2019