“Aquellas fiestas de mi barrio”
Sabrá que crecí en un “barrio muy particular, donde se lava y se plancha como en los demás...” No, eso es parte de una canción, que las niñas de mi barrio cantaban a todo pulmón.
Pero si, viví con intensidad una niñez, llena de felicidad y una adolescencia, con la demencia del amor...En aquel barrio de casitas iguales, donde toda una generación fuimos creciendo, pasamos de los juegos infantiles y los pantaloncitos cortos, a los cortes de cabello de moda, un día nos surgió el gusto por la música y por las chicas, que apenas ayer eran nuestra peor pesadilla. Poco a poco las empezamos a ver, como esas flores qué hay que cuidar y de las que peligrosamente te podrías enamorar.
En aquellos años, se pusieron de moda, los mentados repasos, que no eran más que fiestecitas de barrio, a lo largo y ancho de la Colonia, aquellas fiestecitas, donde el salón, era la sala vacía, con que alegría se conocían, los que algún día se profesarían amor...
Todo era improvisado, no habían tarjetas de invitación, pero todo mundo se daba por invitado y allí se miraba a los muchachos recorriendo las cuadras buscando un repaso.
Para las chicas, que un día de repente, pasaban de niña a mujer, ir a bailar muchas veces era más bien ir a mirar, pues su primer baile no se lo querían regalar a cualquiera y allí estaban los patojos insiste que insiste, aunque poco supieran bailar, con las ganas en los pies y un 21 en la billetera, aunque la mayoría de las veces recibían un revés.
Pero cuando el destino se confabulaba y la canción era la que se esperaba, salían a bailar, se estrenaban en esa bella ilusión, de sentir que estaba vacío el salón, para bailar aquella melodía, con el chico que les robaba el corazón.
Oxwell L’bu copyrights 2019
Sabrá que crecí en un “barrio muy particular, donde se lava y se plancha como en los demás...” No, eso es parte de una canción, que las niñas de mi barrio cantaban a todo pulmón.
Pero si, viví con intensidad una niñez, llena de felicidad y una adolescencia, con la demencia del amor...En aquel barrio de casitas iguales, donde toda una generación fuimos creciendo, pasamos de los juegos infantiles y los pantaloncitos cortos, a los cortes de cabello de moda, un día nos surgió el gusto por la música y por las chicas, que apenas ayer eran nuestra peor pesadilla. Poco a poco las empezamos a ver, como esas flores qué hay que cuidar y de las que peligrosamente te podrías enamorar.
En aquellos años, se pusieron de moda, los mentados repasos, que no eran más que fiestecitas de barrio, a lo largo y ancho de la Colonia, aquellas fiestecitas, donde el salón, era la sala vacía, con que alegría se conocían, los que algún día se profesarían amor...
Todo era improvisado, no habían tarjetas de invitación, pero todo mundo se daba por invitado y allí se miraba a los muchachos recorriendo las cuadras buscando un repaso.
Para las chicas, que un día de repente, pasaban de niña a mujer, ir a bailar muchas veces era más bien ir a mirar, pues su primer baile no se lo querían regalar a cualquiera y allí estaban los patojos insiste que insiste, aunque poco supieran bailar, con las ganas en los pies y un 21 en la billetera, aunque la mayoría de las veces recibían un revés.
Pero cuando el destino se confabulaba y la canción era la que se esperaba, salían a bailar, se estrenaban en esa bella ilusión, de sentir que estaba vacío el salón, para bailar aquella melodía, con el chico que les robaba el corazón.
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