“De Manita Sudada…”
(Primera Parte)
En esa edad de la inocencia, cuando nos sorprende la impaciencia por querer crecer…Cuando las hormonas son maratonistas que no paran de correr…Cuando un granito en el rostro nos echa a perder la apariencia y vamos cobrando conciencia de cosas que ignoramos hasta ayer…
A los patojos se les podía encontrar, en el lugar de siempre, las canchas de juego, donde iban tomando estatura sus aspiraciones de hombres y poco a poco se sumaban los desertores, que ahora eran como centinelas de las esquinas corriendo tras de las faldas de alguna chica, que poco a poco iba mostrando sus dotes de mujer.
En este lapso de la vida que nos llega de repente y que igual termina sin despedida, Miguel Alejandro al igual que sus amigos, poco a poco le daban despedida a los pantaloncitos cortos y el espejo empezaba a ser un amigo y enemigo recurrente. Los juegos que antes tantos los entretenían empezaban a perder sentido y las que siempre fueron sus aguafiestas, las criaturas mas funestas empezaban a robarles la atención. Pero el al igual, quedos de sus amigos guardaban con celo una preocupación; veían a sus amigos crecer y ellos cada día se parecían encoger, cual si fueran nuevas prendas que se lavaron sin echarles el sanforizado. La música poco a poco se empezaba a apoderar de su mundo, escuchando palabras que antes solo oían… De repente una mirada bella, una cintura tallada, unas piernas contorneadas, una cadera coqueta o un escote generoso captaban toda su atención, provocando un aceleramiento de su corazón que hacía que la sangre se les subiera a la cabeza y se sonrojaran ante la menor insinuación.
Cual si fueran uvas en la viña de la que se va tomando una a una, de aquel grupo de amigos de toda la vida, sin darse despedida, poco a poco cada uno se iba corriendo tras su propia ilusión, esa ilusión primera que deja una huella en el corazón. Y un día, se vieron solo los tres, como mosqueteros sin espada, esperando la luz de la alborada… Para engañar a sus propias emociones, jugaban noche y día a la pelota, pero sin que nadie les dijera nada, cuando miraban a una parejita de la mano o dando se un beso, sabían que en su vida algo les faltaba…
Ante aquellos primeros infortunios, decidieron, retorcerle un poco la mano al destino o a lo que fuera, que no les permitía crecer al ritmo que su contra parte exigía…Cambiaron sus peinados, buscaron zapatos, que les ayudara a ganar estatura, aprendieron a bailar como trompos, agiles y con gracia. Cada vez que podían o sabían, se iban a plantar de mirones a los repasos (fiestas), que en la Colonia con frecuencia se hacían, donde casi todos iban con su pareja y las que quedaban sueltas, había ya un enjambre de abejas que se alzaban hacia ellas como abejas a la miel.
Pero como todo en la vida, siempre hay una carta escondida, que debemos descubrir. Miguel Alejandro pese a que a cada momento tropezaba con su mala ortografía y una caligrafía, que era difícil de entender, tenía esa gracia de escribir con la dulzura y encanto a flor de piel, lo cual le permitía participar de forma sobre saliente, en los concursos escolares de poesía y composición, bueno, luego de haber sido corregida la ortografía. Esa sola gracia, hacia que muchos de sus amigos, llamaran a su puerta, en espera de una ayuda para escribirle cartas perfumadas, a los doncellas que les robaban el sueño. Algunos le empezaron a pagar, era una especie de soborno, para que Miguel Alejandro no fuera a delatar, que el autor de aquellas cartas de enamorados era él. Y así empezó a ganarse en la vida, el primer dinero de su haber, escribiendo cartas que no firmaba, pero que llevaban ese sello, que no se puede esconder. Lo más irónico era que algunas veces se veía escribiendo cartas, a muchachas que a él le gustaban, pero que ellas lo ignoraban, ya que lo miraban como un niño.
Oxwell L’bu
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