“De Manita Sudada…”
(Segunda Parte)
Esa picardía ingenua que gravita en las mentes, de los patojos de todos los tiempos, en ellos no se hizo esperar…Por aquellos tiempos a “alguien” se le ocurrió darle un valor nominal, a algo que corría de mano en mano y por lo cual había que pagar, pero una vez usado, era descartado, eran los tickets o boletos para abordar el autobús de servicio público, dado que para el control del pasaje venían numerados, a “alguien” se le ocurrió, que cada vez que al sumar los dígitos sumara 21, este podría ser canjeado por un beso… Nadie sabe, como, ni cuándo pero la idea fue aceptada por ambos bandos (chicas y chicos) aun que por supuesto la chica no estaba obligada a cambiar, el mentado 21 si el chico no era de su gusto o agrado, fue así que como polvorín, aquella idea se expandió por barrios y colonias de la capital. Y allí andaban los patojos hurgando en las calles, para hacerse del os mentados 21….
Miguel Alejandro seguía escribiendo, cual si fueran encomiendas aquellas cartas de enamorados, al parecer, el solo fantasear que eran para aquella, “Niña de sus Sueños “ que aun no conocía, le hacía escribir a un en prosa , la poesía más hermosa… Héctor y Estuardo sus amigos inseparables, seguían usando fijadores, peinándose hacia a tras, para que el pelo les quedara parado y así, aparentar un poco mas de estatura. Fue por estos días, que hablando del tema eterno, que les ocuparía el resto de sus vidas, el de las mujeres… Decidieron, ponerse un plazo para conseguir guisa (novia), a sabiendas que las chicas más o menos de su edad, no les ponía coco(no les prestaban atención) pues los miraban como niños, mientras ellas crecían con la rapidez de un tulipán, luego del invierno. Por lo que buscarían chicas más jovencitas, pero que no fueran niñas, lo cual reducía sus probabilidades.
Siempre andaban los 3 juntos, como mosqueteros sin espada, con el alma alborotada y esas ansias locas de aprender a besar… A la hora que se empezaban a transmitir las mentadas novelas por la tele, inventando cualquier escusa, se sentaban con la mama, frente al televisor, para ver que aprendían; por supuesto no faltaban los oídos atentos, en las reuniones de las esquinas, escuchando las historias (muchas veces exageradas) de los muchachos mayores y sus traídas (novias). Entre tanta información desvirtuada, no sabían que creer y la pregunta eterna, sin responder era: ¿Qué es lo que le gusta a una mujer?
Preguntarle a la mama, no era una opción, por esos tiempos esas cosas no se hablaban en casa (en la mayoría de los casos) y si se hablaban siempre se hacía con frases disfrazadas. Por ejemplo, los patojos no entendían, el porqué, en un día caluroso, estando en una piscina, algunas chicas, no se metían a nadar, o porque en el colegio alguna chica salía con el suéter atado a la cintura, o el taparse la cara cuando en la tele dos actores se besaban, o en el caso de los varones, experimentar esas erecciones involuntarias, en los momentos menos indicados…
Todos los días, a eso de las 6 de la tarde, cuando el sol está a punto de irse a dormir, se miraba en la Colonia, los grupos de patojos, en las esquinas chuleando a las patojas o aplanando calles, yendo de arriba para abajo, para pasar una y otra vez, frente a la casa de una chica que les gustaba. No era extraño tampoco, verlos con un radio portátil, escuchando música en ingles o español de los artistas de la época. No faltaban los que se quedaban parados frente a la ventana de la chica y le subían el volumen al radio y se ponían a cantar, aun que ellas no salían. No faltaban tampoco los picarones, que andaban en el colegio, poniéndose debajo de gradas o escaleras para verles a las chicas los calzones, para luego comentar entre los amigos, de qué color lo tenían. De parte de las chicas tampoco faltaban, aquellas que eran más abusadas y a forma de pedradas, se le quedaban viendo a los chicos para chivearlos (que sintieran vergüenza).
Fue la tarde de un domingo, en que los tres mosqueteros, se peinaron, se perfumaron con la colonia del papa, lustraron los zapatos y chequearon su apariencia, una y otra vez, antes de salir, a una de aquellas fiestas donde la mayoría asistía sin invitación, los mentados repasos, que en la mayoría de los casos estaban llenos a reventar. Ya habían ido a uno de la llamada Isla, pero no se podía entrar, por lo que caminaron, sobre la 17 calle, hacia la 5 avenida, donde había otro, pero estaba igual, lo bueno para los patojos en aquellos alborotos, era la posibilidad de pasar respirando el aroma del cabello de una chica o sentir su cuerpo cerca, aun que claro no faltaban los aprovechados…
Como pudieron entraron a la fiesta, la música invitaba a bailar, algunos como podían, se abrían espacio, para impresionar a las chicas con los pasos, que acababan de aprender. Algunos ante la falta de chicas disponibles, hacían como una fila, donde uno a uno iba mostrando su talento para bailar, tratando de llamar la atención. Los tres mosqueteros estaban allí, viendo el panorama, cuando Estuardo noto, que una chica miraba hacia donde estaban ellos con insistencia, sin lograr disimular, el se los hizo saber a los otros dos, pero Miguel Alejandro repuso: -No es a nosotros, mucha. Héctor replico: -Te está viendo a vos, verdad que si Estuardo. –Simon vos, te está viendo. Miguel Alejandro les volvió a decir: -No me den casaca mucha. No en serio, te está viendo, repusieron los dos. Como ella estaba bailando con alguien, Estuardo y Héctor se la ingeniaron, para averiguar el nombre del muchacho, luego fueron hacia él para decirle, que alguien afuera lo buscaba. Al quedar ella sola, animaron a Miguel Alejandro, para que fuera a sacarla a bailar, el no estuvo del todo de acuerdo, por la mala jugada, pero la verdad era que desde que la vio, esos ojos lo cautivaron.
Fue hacia ella, como quien va a enfrentarse una terna examinadora en la universidad, le temblaban las piernas y aun que en cuestión de segundos, ensayo una y otra vez lo que le iba a decir, cuando la tubo frente a él, no supo que decir… Sus ojos eran como soles, él como un plástico que se derretía y descoloría frente a su mirar…Pero no hicieron falta las palabras, ella lo tomo de la mano y se pusieron a bailar. El se sentía inútil, incapaz de poder articular palabra alguna, ni siquiera para preguntarle su nombre… Momentos después, volvió aquel muchacho, buscándola, ella al verlo, tomo a Miguel Alejandro de la mano y como pudieron se escabulleron a otro rincón de la sala, escondiéndose entre el montón, ella le dijo: Que bueno que ya se fue, yo ya no quería bailar con él, pero es tan insistente y se te pega como chicle… ¡Gracias! ¡Hola! Yo me llamo Maribel y tú. –Yo, yo Miguel Alejandro.
Al percatarse, que se había ido el muchacho, regresaron a bailar. Estuardo y Héctor al ver que definitivamente, no había chicas para bailar y que además no querían hacer tierra (estorbar o ser impertinente) decidieron irse, no sin antes despedirse de Miguel Alejandro y con discreción, dejarle un par de 21 en la bolsa de la camisa.
Oxwell L’bu