“En el jardín de mis amores***
En el jardín de mis amores, han surgido bellas flores, que han despertado una sonrisa, han hecho que el corazón lata a toda prisa y también se ha poblado de ausencias.
La pequeña casita, tenía un pequeño jardín en la entrada, que florecía cada alborada y su aroma a durazno, te daba la bienvenida. Era mi madre la que escogía los rosales y las flores, con mi padre y mis hermanos las plantábamos,
En aquel ambiente con sus eternas primaveras, todo el año había flores, de diferentes tipos y colores. Las regábamos al caer la tarde, cuando los grillos empiezan a afinar sus violines y la luna se acaba de despertar, las cuidábamos, como que fueran niños y ellas en agradecimiento floreaban, como la aurora de la primavera.
Recuerdo con tanta alegría, cuando siendo niño, llegaba el día de la madres y yo soñaba, con poderle comprar, un arreglo de esos grandes, que parecen de fantasía a mi mamá, pero mi presupuesto siempre se quedaba pequeño...
Así que ese día, me levantaba muy de madrugada, para cortar de nuestro jardín, las rosas más bellas, las cortaba con cuidado, no sin antes pedirle permiso a los rosales, luego las arreglaba y colocaba en un frasco de esos, donde venía el café, le ponía agua y le agregaba un poco de azúcar, porque mi abuelita, siempre decía, que las flores duraban más tiempo con ese toque de dulzura. Luego tocaba su puerta y se las entregaba, junto a una pequeña tarjeta, pintada con colores donde escribía mis versos de niño. Mi madre fingía no saber la procedencia de las flores, ella me abrazaba, luego me decía: -Vamos a curarte esas heridas...
Era de ese jardín, donde tomaba las flores, que le llevaba a la Virgen de mi niñez y más de una vez a una bella doncella. Hasta hoy ese jardín sigue floreciendo y también se sigue poblando de ausencias. La vida nos ha llevado a otros caminos y donde estoy, evocando aquel jardín, siembro tulipanes, pero nunca los corto, porque ellos evocan su presencia.
Oxwell L’bu copyrights 2019
En el jardín de mis amores, han surgido bellas flores, que han despertado una sonrisa, han hecho que el corazón lata a toda prisa y también se ha poblado de ausencias.
La pequeña casita, tenía un pequeño jardín en la entrada, que florecía cada alborada y su aroma a durazno, te daba la bienvenida. Era mi madre la que escogía los rosales y las flores, con mi padre y mis hermanos las plantábamos,
En aquel ambiente con sus eternas primaveras, todo el año había flores, de diferentes tipos y colores. Las regábamos al caer la tarde, cuando los grillos empiezan a afinar sus violines y la luna se acaba de despertar, las cuidábamos, como que fueran niños y ellas en agradecimiento floreaban, como la aurora de la primavera.
Recuerdo con tanta alegría, cuando siendo niño, llegaba el día de la madres y yo soñaba, con poderle comprar, un arreglo de esos grandes, que parecen de fantasía a mi mamá, pero mi presupuesto siempre se quedaba pequeño...
Así que ese día, me levantaba muy de madrugada, para cortar de nuestro jardín, las rosas más bellas, las cortaba con cuidado, no sin antes pedirle permiso a los rosales, luego las arreglaba y colocaba en un frasco de esos, donde venía el café, le ponía agua y le agregaba un poco de azúcar, porque mi abuelita, siempre decía, que las flores duraban más tiempo con ese toque de dulzura. Luego tocaba su puerta y se las entregaba, junto a una pequeña tarjeta, pintada con colores donde escribía mis versos de niño. Mi madre fingía no saber la procedencia de las flores, ella me abrazaba, luego me decía: -Vamos a curarte esas heridas...
Era de ese jardín, donde tomaba las flores, que le llevaba a la Virgen de mi niñez y más de una vez a una bella doncella. Hasta hoy ese jardín sigue floreciendo y también se sigue poblando de ausencias. La vida nos ha llevado a otros caminos y donde estoy, evocando aquel jardín, siembro tulipanes, pero nunca los corto, porque ellos evocan su presencia.
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