miércoles, 27 de abril de 2011

***Caldito de Res***


***Caldito de Res***

De vez en vez que bien
cae un caldito de res,
con esa sazón que cautica
al corazón en cada cucharada.

 Desde la cocina el aroma
extiende la cordial invitación,
que se propaga como comezón
en todo el cuerpo…

Calientitas las tortilla, aguacate,
con sal y con limón…
Que provoca que se aceleré
a mil el corazón.

La familia lo celebra,
los patojos esperan en la meza,
a que les salga de sorpresa,
un buen trozo de carne.

Luego de dar la bendición,
todos se apresuran pero
alguien llama a la puerta.

Es la tía y toda su prole,
que dice que le sobro guacamole
y al ver el caldo se hace un
espacio en la meza…

Yo le ofrezco una cerveza…
pero ella dice con delicadeza,
prefiero probar el caldito,
que ya se me ha abierto el apetito.

¡Ni modo! Hay que echarle mas
agua a lo hoya y ponerla a calentar,
solo pienso que a buena hora
la tía se vino a arrimar,
pero que mas da en nuestra
mesa siempre hay mas felicidad
al dar y compartir los frutos de
nuestra bella Guatemala.

Oxwell L’bu

lunes, 25 de abril de 2011

“La Quema de Judas”

“La Quema de Judas”
(Tradiciones de Guatemala)
Su nombre es sinónimo  de traición así lo asume generación tras generación, que sin mala intención sigue perpetuándolo como un chivo expiatorio a los males de cada época, que a tiempo y  destiempo busca como expiar sus propias culpas…

Con un par de semanas de antelación, los patojos le bajaban el pantalónal abuelo, la camisa al papa, las medias de la mama y alguno que otro trapito de la vecina que tras ponerlos a secar al sol, luego ya no los encontraba...Cual si fueran cómplices de una travesura, empezaban la aventura de esa caricatura de hombre, que armaban con trapos ajenos que rellenaban  con la paja de un colchón viejo y con periódicos amarillentos por el tiempo.  Una vez armado el Judas, los patojos empezaban la encomienda de ir de calle en calle, pidiendo pisto (dinero) en una alcancía que improvisaban con un bote, al que iban agitando, cual si fuera un chinchín, para hacer ruido y anunciar la presencia del nuevo vecino del barrio, ya que desde ese día lo sacaban a asolearse a diario, luego lo amaraban a algún poste, para dejarlo visible a todos los vecinos, con un rotulo, con una leyenda picaresca, que hacía alusión a algún viejo cabron del barrio.
 Para los patojos aquello era más que una tradición, era una verdadera celebración, que les permitía compartir y dejar relucir una amistad que  poco a poco se enraizaba en cada uno de ellos.  Llegada la Semana Santa y las respectivas vacaciones, los patojos tenían más tiempo para juntarse en la esquina de la cuadra e ir algunas veces a regañadientes a las actividades de la iglesia, pero eso si las procesiones les gustaban; esa sensación al ver al nazareno en su paso por las calles, en medio de nubes de incienso, pasando sobre las hermosas alfombres y ese aroma a corozo, que es el aroma de la Semana Santa en Guatemala, así como los sabores que la acompañan, como los molletes, los buñuelos, el curtido, el pescado a la vizcaína, en fin… El mentado testamento de Judas, era redactado durante esta semana, en una reunión que los patojos pactaban en los campos de futbol o donde no hubieran testigos, ya que allí se discutiríasa quienes el testamento haría alusión, que por lo regular eran los vecinos mas antipáticos o situaciones ocurridas en el barrio.
                                                                               
El sábado era el día en que los patojos desde tempranas horas sacaban al Judas a su ultimo paseo, luego se reunían en la esquina de la cuadra, tantos los patojos como los adultos, para leer el testamento de Judas en el cual se aludía a las personas antipáticas de las cuadra o se destacaba algún hecho con esa jocosidad del humor  chapín. Llegando el medio día, luego del protocolo respectivo, se le prendía fuego al Judas, quemando cohetillos y compartiendo aguas gaseosas y golosinas fruto de la colecta.  Pero los patojos no eran los únicos que tenían su sorpresa, ya que algunos de los papas sacaban su chicotes y allí se veían corriendo tras los patojos, ya que por costumbre se decía que aun que hicieran malcriadeces los patojos, no se les podía castigar durante los días santos, se debía esperar al sábado de la quema, que era llamado, el sábado de gloria.
Como todo en la vida, las costumbres y tradiciones sufren cambios con el paso del tiempo, cada generación la va enriqueciendo, agregando o quitando elementos, pero la escancia suele mantenerse y conservarse.  Los juguetes con que juegan las nuevas generaciones, no son los mismos, que aquellos con los que se jugaba hacen 20 años, pero en esencia buscan lo mismo, el magnificar la imaginación y la diversión por medio del juego.
Oxwell L’bu
Imagen: Miguel Angel  Berreondo

jueves, 7 de abril de 2011

***De Azul y Blanco***

***De Azul y Blanco***


Los patojos se aplicaron
rugieron como los jaguares,
sacando la casta de sus ancestros,
que zurdos, derechos y ambidiestros,
jugaban futbol con la luna y con el sol…

Hoy tiñeron la cancha de azul y blanco,
mientras sentados en un banco,
a los chapines les retumbaba el corazón.

Porque si los Mayas jugaron con
las matemáticas del cielo
ya lo dijo el abuelo:
¿Qué no se puede lograr en
esta tierra bendita?

¡Si desde chirises los patojos
nacen buscando estrellas!
Si corre por sus venas
la sabia del maíz…
Con la fortaleza de una Ceiba,
la belleza de una Monja Blanca
y el pecho erguido de un Quetzal
volando en libertad…

Y qué decir de sus mujeres,
cuya sencillez es su mayor
belleza…
Y por eso las chuleamos
cuando las vemos florecer
en nuestra eterna primavera.

Porque esa chispa chapina
que con todo combina…
Pues igual cantamos que lloramos,
porque lo nuestro es vivir con intensidad.

Celebramos si ganamos
y si perdemos también…
Contamos chistes en las fiestas
y en los funerales también…

Porque le sacamos chiste a todo,
Porque le sacamos chispa a la vida
y con la misma garra y corazón,
ponemos el alma en una chamusca
en el barrio o en un partido de futbol.

Oxwell L’bu
Imagen: El Quetzalteco

miércoles, 6 de abril de 2011

"Las Casitas de la Luz Roja"


“Las Casitas de la Luz Roja”


(Crónicas de los Ya no tan Patojos)

En las calles vestidas de abriles eternos, los aromas de primavera se incrustaban en el alma provocando una agitación de los instintos naturales, que buscaban sus propias formas de manifestación…

En el horizonte se veía la ceiba, cual si fuera un gigante, rascándole la panza al sol; al fondo el mercado de la Colonia, que como girasol, atraía hacia el no solo a las señoras, para comprar el mandado, sino también a los patojos que les gustaba ir a comer las chucherías que todos preferían, como el atolito de elote, el arroz en leche, el fresco de súchiles, las tostadas con frijol y guacamol, los chuchitos en fin… Pero también a aquellos huéspedes sin invitación que merodeaban principalmente las carnicerías, los chuchos (los perros) callejeros que andaban en busca de algo para comer, los patojos gozaban correteándolos, pero estos siempre volvían porque el hambre aprieta. De vez en vez se veían a dos chuchos flacos haciendo el amor en plena calle, las mamas agarraban de la mano a las patojas y se las llevaban casi corriendo, sin darles mayor explicación, las patojas se tapaban los ojos…Los patojos en cambio a puro jaloneo se quedaban viendo aquel espectáculo para ellos inexplicable y cuya curiosidad difícilmente encontraba respuesta, hasta que la propia vida les abría los ojos y el entendimiento…

Cuando los pantaloncitos cortos se trocan en pantalones largos, porque ya los patojos empiezan a advertir las vellosidades en sus piernas y otras partes, lo cual los sorprende. Cuando aun eran patojos era fácil que creyeran lo que se les dijera, principalmente sobre aquellas casitas de la luz roja, donde según les decían vendían tamales, ¿Pero entre semana? ¿Todos los días? Esto se debía a que los sábados en las tiendas se colocaba un farolito de madera, forado de papel celofán rojo o simplemente un foco rojo en el exterior de la fachada, para anunciar que habían tamales. Por lo cual a los patojos se les hacía de lo más común el ver los focos rojos en algunas tiendas o casa particulares, anunciando los tamales los días sábados.

Por aquellos días, la educación sexual corría a cargo de la escuela, ya que en la mayoría de hogares aquello era un tema tabú, algo de lo que simple y sencillamente no se hablaba aun que estuviera pasando… Por lo que los patojos paraban los oídos cuando los que eran un poco mayores que ellos, hablaban del tema con las exageraciones y tergiversaciones del caso, información que los patojos no ponían en tela de juicio, por no querer ser vistos como unos ignorantes en el tema. Las erecciones involuntarias eran como un estornudo que los atacaba así tan de repente y sin previa invitación, lo cual no pocas veces los ponía en situaciones incomodas y bochornosas. Su contraparte no se escapaban tampoco del asunto, ya que no faltaba esos inevitables accidentes.

Los instintos llaman y más temprano que tarde se enteran que en las mentadas casitas de la luz roja, no se vendían tamales entre semana, si no placeres prohibidos. Placeres que pasan a ser como una mercancía que se vende en porciones dosificadas a diferente precio. El sitio preferido de los muchachos, por la cercanía a la Colonia, era “El Gran Gato” lugar pintoresco, donde igual entraba un patojo ajustando lo de la cuota, un policía, un militar o un maestro y el único camuflaje era la penumbra de luz roja, que disimulaban sutilmente la edad de algunas de las llamadas “nenas” del lugar. Las nenas solían vestirse de forma extravagante, sugestiva o como decían los muchachos exponiendo la mercancía. Al monas entrar al lugar las nenas atacaban a los mas jóvenes, púes les gustaban tiernitos. Tampoco faltaba el gato del cantinero que a cada rato, preguntaba: -Que van a tomar los jóvenes. Algunos de los patojos, iban pero nunca se estrenaban, por el temor a adquirir el mentado “Palo con premio”. Pero había otros, en los qué podían más las ganas que el temor.

PERO pasados unos días, en muchos de los casos, las consecuencias no se hacían esperar, una picazón, las lidias y en los peores casos la aparición de una roncha ola secreción de un fluido amarillo. Pero para todos esos males, se hizo la penicilina y en la Colonia había alguien que la aplicaba sin preguntar, el tendero de la farmacia.

Personaje que paso a ser el cómplice de aquellos placeres furtivos y allí en su guarida, llegaban los patojos como forajidos cautelosos para que nadie los viera entrar… Y así pasaban muchos patojos de niños a adolecentes, como si fueran unos dementes desesperados por el sexo…Y colorín colorado el palito salió premiado.

Oxwell L’bu
Imagen: Internet